domingo, 24 de octubre de 2010
El abrazo de la rosa
—Nunca entenderé por qué me rechazas con tanta contundencia, casi sin pararte a dudar de tus motivos. No acierto a comprender qué te mantiene tan lejos de mí.
—No deberíamos perder tanto tiempo en hablar de esto, amigo mío. Somos diferentes, pertenecemos a mundos distintos, ¡no me interesas!
—Somos diferentes por nuestro aspecto exterior, nuestra apariencia, pero en esencia somos lo mismo, formamos parte de la Madre Naturaleza, ¿no te das cuenta de eso?
—Yo tengo un don. Soy bella y todos lo reconocen y me lo repiten constantemente. Tengo muchísimos admiradores que pelean por percibir mi aroma delicado y mi tacto aterciopelado. Casi todos me buscan por todas partes, desean tenerme cerca en sus momentos más especiales. En cambio tú, tienes que aceptar que eres feo y que estás más acostumbrado a la soledad, al rechazo.
—¿En serio crees que la belleza es un don? Te crees superior por tu hermosura y te aseguro que las púas que tú rechazas en mí son el mejor regalo que haya podido recibir.
En ese momento de la conversación el cactus estaba empezando a disgustarse y su voz lo desvelaba claramente.
—¿Qué es realmente un don? Continuó. Gracias a mis púas puedo mantenerme en las condiciones más adversas y, por tanto, lo que tú consideras fealdad es mi fortaleza ante la adversidad. Por el contrario, tu belleza te hace frágil. Estás tan acostumbrada a que todos te halaguen, te piropeen y cuiden, que cuando no lo hacen, al mínimo detalle decaes, te marchitas con mayor rapidez, empiezas a secarte, tu color se apaga y te cierras por completo.
La rosa se quedó sin palabras. Aunque en el fondo lo sabía, nunca nadie se lo había dicho tan directamente y era cierto que lo que creía un don, le había hecho intolerante a la dificultad, vulnerable y tan dependiente emocionalmente, que en ocasiones daba verdadera lástima.
El cactus notó rápidamente que sus palabras habían herido a su compañera, y la quería tan profundamente que no pudo evitar sentir dolor.
—No pretendía ofenderte, pero sí hacerte ver que tus absurdos y rígidos esquemas de pensamiento no siempre son los mejores. Las cosas, la mayoría de las veces no son como creemos y sólo podemos darnos cuenta viviendo, dialogando como tú y yo ahora y dejando la mente abierta a otras realidades.
La rosa no respondió. Se limitó a meditar todas y cada una de las palabras que había escuchado.
Como esta, muchas tardes de aquel verano caluroso, la rosa y el cactus mantuvieron grandes conversaciones. Poco a poco, la rosa fue advirtiendo que aunque rechazaba su aspecto desagradable, lleno de pinchos peligrosos, ese amigo le aportaba mucho más que ninguno de los otros hermosos acompañantes con los que había tenido oportunidad de coincidir, los cuales siempre le habían demostrado que la buscaban por su belleza y que en el fondo, ni la conocían ni se preocupaban por entenderla.
—Quizá, hasta ahora has buscado compañeros que fueran iguales que tú en apariencia, pero eran diferentes en esencia. Y eso no puede hacerte feliz.
—Derrochas mucha sabiduría, querido.
—He tenido muchos momentos de soledad, de rechazo, que me han dado la oportunidad de reflexionar, como te dije un día, de hacerme fuerte ante la adversidad.
La rosa recibió tanto amor y afecto que acabó enamorándose de quien había rechazado con todas sus fuerzas. Tuvo que reconocer que sus creencias y pensamientos eran erróneos y tuvo que rectificar su actitud y comportamiento.
—Quiero que me abraces, dijo un día, rompiendo un silencio solemne que les envolvía.
—¡Estás loca! Dijo el cactus, invadido por un miedo terrible. Jamás he abrazado a nadie, se dijo para sí. ¡Podría hacerte mucho daño, incluso acabar contigo!
—Quiero asumir el riesgo. Tú me has enseñado que no hay felicidad sin dolor, ¿verdad? Pues quiero sentirte cerca, quiero que me abraces tan fuerte que nos fundamos en uno.
Cuenta la leyenda que en el lugar donde la rosa y el cactus se unieron, amaneció a la mañana siguiente una extraordinaria flor que nadie había visto jamás. Se trataba de una especie muy hermosa y al mismo tiempo fuerte, con un tallo grueso y unas hojas preparadas para soportar las situaciones climáticas más adversas. Le llamaron Tolerancia, en homenaje a la rosa que supo tolerar el sufrimiento y aceptar lo diferente y, desde entonces, se dice que la tolerancia emana sabiduría, paz y felicidad, allá donde se encuentra.
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