–¿Otra vez esa cara?
¿Qué piensas ahora? –preguntó Javier, bastante acostumbrado a
aquella expresión.
–Estoy harto, tío.
Otra vez uno de estos días en los que el dolor te martillea sin
descanso... ¿Sabes a qué me refiero? No te pasa nada concreto, pero
al mismo tiempo duele, y el desconsuelo crece y aumenta cuantas menos
razones encuentras para su existencia...
» Sé que es fugaz...
No dura tanto... Un día te despiertas y de nuevo están las ganas,
la ilusión de empezar... y todo vuelve a ser normal, entonces, ¿no
es inútil tanta aflicción? Y si lo es, ¿acaso resta eso intensidad
al sentimiento?...
» A veces me asusto pensando que una desgracia mayor me ayudaría a poner las cosas en su sitio, darle su justa medida..., como si quisiera que algo malo ocurriera...
» A veces me asusto pensando que una desgracia mayor me ayudaría a poner las cosas en su sitio, darle su justa medida..., como si quisiera que algo malo ocurriera...
–Vamos a ver, Daniel
–Javier siempre pronunciaba su nombre completo cuando le hablaba
tan en serio–, tienes que pensar en positivo, ya sabes eso que
dicen: “todo sucede por alguna razón”.
–Pero ¿qué coño me
estás diciendo? No me vengas tú también con esas. ¿Para qué
demonios sirve esto? Yo sé que las dificultades ayudan a superarnos,
que nada es fácil, ¿cómo no voy a saberlo si nunca lo ha sido para
mí? Pero esto es diferente... esto machaca, martillea mi jodida
cabeza y no consigo econtrar la salida... Te juro que lo daría todo
por sentirme por un minuto tranquilo, en paz conmigo mismo, por que
se encendiera una linternita y me alumbrara el camino...
–Las luces no se
encienden porque sí, chaval, somos nosotros los que pulsamos el
dichoso botoncito... ¿Que no sabes dónde está? En eso consiste el
juego, tío. Yo siempre estaré aquí para ayudarte a buscarlo.
Javier sonrió con esa
preciosa expresión que tienen las personas carismáticas, aquellas
que naturalmente ven lo positivo en cualquier situación, los buenos
amigos de sus amigos...
Dani lo miró y sintió
un profundo afecto. Siempre que se encontraba tan mal, tenerle
cerca..., aunque no hablaran, aliviaba enormemente su dolor, ¡le
quería, vaya si le quería...! Aunque eso nunca se lo había dicho,
ni se lo diría, ¿hacía falta?
Le dio una palmada en el
hombro amagando un abrazo y sin mediar palabra se dirigieron al bar
de Antonio. Cuando se tomaran ese par de botellines, el dolor sería algo más
leve, aunque eso Dani jamás lo reconocería, ¡tenía que mantener
aquella imagen de bohemio pesimista! Después de todo, solo él sabía
en qué consistía aquel dolor apasionado, que no lo era menos por
ser fugaz...
Gracias por la foto a la galería de Mavi (Flickr).
Muy buen relato Berta, esta historia mas de alguna vez me ha ocurrido ;-), ¿por qué? ... siempre he pensado que muchas veces nuestras obligaciones diarias nos conducen al estado -- ojalá que me ocurra algo -- para utilizar mi tiempo en algo concreto, que realmente quiera solucionar, que desee con toda mi alma... pero quizas es el momento de realizar un gran cambio y tomar la iniciativa ... sin esperar que la vida nos empuje a nuestros deseos :-)
ResponderEliminarMe alegran tus palabras, Julio. Pues sí, quizá el vacío que se siente cuando no se tiene un objetivo, una meta, una pasión... produce un dolor tan fuerte como el que se experimenta ante la mayor de las desgracias, con el agravante de que uno se ve responsable de ese estado, y lo es. Como dice el personaje de este relato, Javier, "somos nosotros los que pulsamos el dichoso botoncito" así que ya estamos tardando si no sabemos cuál es ni cómo hacerlo. Yo de momento he encontrado en las técnicas de productividad, en blogs como el tuyo, en el libro de Allen... buenos consejos para encender mis propias luces :-)
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