Era su niña bonita, su tesoro… Pero
solo cuando su deseo palpitaba demasiado fuerte, con una intensidad
incontenible. Una vez saciado, la fina cajita de porcelana pasaba a ser ese
trofeo que pasear por la calle, bien asido por si alguien se lo
arrebataba. Él mismo se asustaba de ese fuerte sentimiento de pertenencia que
convertía las muchas debilidades que arrastraba desde la infancia en una fuerza
brutal y violenta que, por unos momentos, lo hacía sentir alguien. Ella lo
perdonaba todo por unos momentos de ternura, cada vez más escasos. Había aprendido a tener dos hombres en uno y no estaba dispuesta a perder aquellas caricias, esos
susurros que la elevaban al cielo, aunque solo fuera durante unos minutos,
aunque a veces no existiera maquillaje para ocultar tantas heridas en el cuerpo
y en el alma…
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