Frases célebres

viernes, 8 de julio de 2011

El abrazo del agua

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Contemplaba el río, a veces tranquilo, pausado su fluir, otras, en cambio, agitado por un viento que predecía mareas, que anunciaba lluvia de hojas sobre nuestras cabezas...

Observaba un agua expuesta a la naturaleza, a lo que quisieran hacer con ella los fenómenos atmosféricos, sin poder saber al amanecer cuál sería su estado cuando el sol se durmiera.

Me acercaba al agua e intentaba atraparla con mis manos, pero se escabullía burlona, como la amada que siente certeza del amor que le profesan y juega, a huir, sin perder lo que desea.

Reflexionaba sobre el ciclo del agua. La evaporación que la hace desaparecer, para cargar una gran nube y volver a iniciar su andadura. Si el agua pudiera sentir..., ¡qué sensación atraparían sus ficticias entrañas al sentirse llamada a un no sé qué desconocido, al sentir que deja de ser sin saber qué va a pasar, sin conocer que no es más que una parada para recuperar fuerzas y recomenzar!

Y mientas, pensaba también sobre la felicidad. Un estado, como el río, existiendo para fluir constantemente, para desembocar en el mar donde todo acaba. Cuando está quieta y serena nos refresca, incluso a veces llega a limpiarnos, arrastrar hojarascas e invadirnos de pureza. Pero no sabemos nunca cuánto tiempo se mantendrá. ¡Sí! Su fluir es constante... desaparece, evaporada hacia el abismo, dejándonos la incertidumbre de qué vendrá, qué nuevo ciclo tendremos que iniciar, expuestos, sin control a lo que la naturaleza nos pide.

Una vez, hace ya tiempo, también yo experimenté una gran felicidad. El bienestar me inundaba y desbordaba constantemente. Era tan alto el nivel que me costaba tocar el suelo con los pies y temía perder el equilibrio. Creí tenerlo todo, creí poder atraparla y convencido de mi suerte, un estúpido día estiré mis extremidades dispuesto a dar el abrazo intenso que pretende acaparar lo que se quiere. Pero cuanta más fuerza entregaba en el abrazo, con mayor rapidez se escapaba cuanto tenía. ¡Sí! Una vez más cambió la marea, llegó el revuelo, todo volvió a transformarse y sentía que también yo, inevitablemente, me iba allá donde el viento quería.

Aquel día supe que era inútil pretender darle un abrazo al agua.


Berta Carmona (escrito en 2005)

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