Siempre me gustó la belleza oculta bajo la apariencia tosca y áspera de ciertas púas… Me apasiona el hallazgo de ese “lugar” donde uno puede ser quien es, así como la idea de encontrar “el escondite ideal” donde refugiarse de tanta mediocridad, falsedad, hipocresía…
Y ahora, gracias a Paloma, Renée y el señor Kakuro Ozu, revivo muchas de las reflexiones y pensamientos que yo misma he rumiado. ¡Qué grandes personajes! De mayor, Paloma, quiero ser como tú –sí, paradójicamente, sé que tienes once años–, contagiarme de tu integridad absoluta, tu profundidad magnánima… ¿Sabes? A mí también me asusta el destino grabado en la frente, pero ¡no! Siempre podemos hacer algo para cambiar lo que somos, lo que tenemos, tú solita lo descubrirás… Nunca te arrepentirás de elegir el “camino difícil”, de mirar de frente a la vida, de romper con lo que de ti se espera… ¡Eres fantástica!
René, ¡cuánto has sufrido! Pareces contener tú solita el dolor de todas esas injusticias y diferencias que han obcecado a tantas generaciones, empeñadas en distinguirnos, por dinero, posición, edad, lugar de nacimiento… ¡Vaya con lo que te deparaba el destino! Al menos, aunque siempre ocultándote,supiste encontrar tu lugar, como te dijo Paloma, hasta que llegó quien sí supo mirarte y ver lo que existía tras tu apariencia…: ¡elegancia de la buena!
¡Oh! ¡Misterioso vecino!, ¡qué agradable tu presencia! ¡Qué bonito hogar el tuyo! Todo tan sencillo, ordenado, práctico y diáfano…, pero extremadamente confortable. ¡Me encanta lo que representas! Esa capacidad de interesarte de verdad por las personas, superando el egocentrismo que a veces nos secuestra en la dichosa pecera, la cual Paloma tanto teme y trata de evitar hasta con su drástico plan... Y como ella misma pronto descubrió, emanas “educación” y “clase”, entendiendo por estas la capacidad para hacer sentir al otro que “está ahí”. ¡Cuánto escasean tus nobles maneras!
Cuánto daría por comerme con vosotros tres uno de esos dulces que prepara Manuela…; ver una película en la sala de cine de Kakuro; charlar… y esponjarme con vuestra extenuante cultura sobre la literatura rusa, el cine japonés y el arte pictórico…
Me habéis hecho pasar unos días geniales y, sobre todo, volver a reflexionar sobre lo que nunca se debe olvidar… Infinitas gracias a vuestra creadora, intentaré leerte más, Muriel Barbery.
viernes, 15 de julio de 2011
viernes, 8 de julio de 2011
El abrazo del agua
Contemplaba el río, a veces tranquilo, pausado su fluir, otras, en cambio, agitado por un viento que predecía mareas, que anunciaba lluvia de hojas sobre nuestras cabezas...
Observaba un agua expuesta a la naturaleza, a lo que quisieran hacer con ella los fenómenos atmosféricos, sin poder saber al amanecer cuál sería su estado cuando el sol se durmiera.
Me acercaba al agua e intentaba atraparla con mis manos, pero se escabullía burlona, como la amada que siente certeza del amor que le profesan y juega, a huir, sin perder lo que desea.
Reflexionaba sobre el ciclo del agua. La evaporación que la hace desaparecer, para cargar una gran nube y volver a iniciar su andadura. Si el agua pudiera sentir..., ¡qué sensación atraparían sus ficticias entrañas al sentirse llamada a un no sé qué desconocido, al sentir que deja de ser sin saber qué va a pasar, sin conocer que no es más que una parada para recuperar fuerzas y recomenzar!
Y mientas, pensaba también sobre la felicidad. Un estado, como el río, existiendo para fluir constantemente, para desembocar en el mar donde todo acaba. Cuando está quieta y serena nos refresca, incluso a veces llega a limpiarnos, arrastrar hojarascas e invadirnos de pureza. Pero no sabemos nunca cuánto tiempo se mantendrá. ¡Sí! Su fluir es constante... desaparece, evaporada hacia el abismo, dejándonos la incertidumbre de qué vendrá, qué nuevo ciclo tendremos que iniciar, expuestos, sin control a lo que la naturaleza nos pide.
Una vez, hace ya tiempo, también yo experimenté una gran felicidad. El bienestar me inundaba y desbordaba constantemente. Era tan alto el nivel que me costaba tocar el suelo con los pies y temía perder el equilibrio. Creí tenerlo todo, creí poder atraparla y convencido de mi suerte, un estúpido día estiré mis extremidades dispuesto a dar el abrazo intenso que pretende acaparar lo que se quiere. Pero cuanta más fuerza entregaba en el abrazo, con mayor rapidez se escapaba cuanto tenía. ¡Sí! Una vez más cambió la marea, llegó el revuelo, todo volvió a transformarse y sentía que también yo, inevitablemente, me iba allá donde el viento quería.
Aquel día supe que era inútil pretender darle un abrazo al agua.
Berta Carmona (escrito en 2005)
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