miércoles, 23 de diciembre de 2009
UN BRINDIS CON ESENCIA DE MUJER
Enrique Castañeda se había convertido en ese tipo de científicos que trasladan su hogar al laboratorio, impulsado por una auténtica pasión por la investigación y los descubrimientos. "Llevas meses sin salir... tu aspecto ha empeorado considerablemente...me preocupa tu salud... ¡Te recojo a las once! y tómatelo como una orden porque no estoy dispuesto a admitir un no por respuesta".
"Mierda! Mi cita con Edu!", eran las once menos diez y Castañeda se acababa de dar cuenta que había olvidado la llamada de Eduardo esa misma mañana. Esta vez no podía decepcionarle, era sin duda la única persona que había estado ahí en cada momento malo de los muchos sufridos durante su separación. Mientras se desabrochaba la bata blanca, marcó el teléfono y con un leve tinte humorístico se excusó, "Lo siento tío, he estado sumido en un ensayo que puede cambiar el curso de la humanidad", ambos rieron, "me doy una ducha rápida y nos vemos en una hora en el Sincity, jodido liante".
Pasaba media noche, era un local pequeño con decoración coqueta, se sentaron en la barra huyendo de las románticas mesitas de mimbre, adornadas por velas encendidas. Sonaban de fondo melodías de los años sesenta que recordaron a Enrique esos momentos en que conoció el amor en las caricias de Inés, la mujer con la que había compartido veinte años. Se quedó absorto en el recuerdo...
"Quique, joder!! Despabila! Si con esa cara de pasmado quieres ligar, la llevas clara!" El científico vino en sí soltando una carcajada, se retiró el flequillo canoso de la frente y al girar suavemente la cabeza para mirar a su amigo, vio una larga melena negra con ondas que parecían dibujadas. Eduardo hablaba de que tenía que superar la depresión, que en la vida había algo más que el trabajo, que todos los problemas tenían solución... pero Enrique no le oía, había quedado atrapado en el sendero que comenzando en el hermoso cabello, atravesaba un rostro moreno con ojos negros y brillantes, y terminaba en unas piernas deliciosamente torneadas que casi ocultaban la minifalda roja. Le ilusionó y extrañó que la chica se encontrara sola, en ese tipo de bar en una ciudad como Barcelona. "¿Qué te pasa ahora, bicho raro? Ni siquiera me estás prestando atención. Tienes que cambiar de aires, conocer a alguien, volver a amar... Necesitas chispa!" Enrique reaccionó rápidamente, esbozó la mejor de sus sonrisas a modo de disculpa, alzó su copa y la hizo chocar con la de ese "santo" que siempre le había demostrado un amor incondicional. "¡Por la pasión!" Y dio un trago, que endulzó el sabor amargo que había acumulado en sus largos meses de encierro.
Presintiendo que había una causa detrás de ese brindis espontáneo y con mucho disimulo, Eduardo tiró un pañuelo del bolsillo, se agachó para recogerlo y se topó con las piernas de mujer más bonitas que había visto en muchos años. Recuperó su posición lentamente, recorriendo con los ojos el mismo camino que su compañero había descubierto hacía unos minutos. Sin duda alguna, esa mujer desbordaba una sensualidad extenuante, suspiró y levantando su copa con gesto pícaro dijo: "Por la pasión perfumada de esencia de mujer". La seca mirada de Eduardo se inundó de luz, su triste expresión cambió, guiñó un ojo y dijo: "Te quiero viejo lobo, nadie jamás ha sabido comprenderme como tú" y dejó su taburete caminando hacia la chica, que años después sabríamos, cambiaría el curso de su vida.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Me encanta conversar, saber qué piensas; si pasas por aquí y de alguna manera te llegan mis palabras, déjame un comentario y ¡charlamos!